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Vida del Colegio

Peregrinación al Santuario de Fátima

¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”! [Salmo 122 (121)]

Es curioso percatarnos, si nos detenemos por un momento a meditarlo, que: aún cuando el sentido común nos hace creer que la razón de nuestras decisiones es anterior a su toma; el sentido de éstas no se revela sino hasta que ya están hechas y durante su desarrollo. Fue así que, por parte de nuestro Colegio y mediación del padre Abdías Duarte quien funge como Prefecto de Estudios, se ofreció a la comunidad, la posibilidad de llevar a cabo un paseo-peregrinación teniendo como destino Fátima y Lisboa. La fecha se presentaba agradable pues estaba puesta para los días finales del período de exámenes semestrales: como una sugestiva ocasión para relajarse y, sobre todo, para dar gracias por los logros obtenidos. No obstante, la propuesta no alcanzaba su punto más alto de atracción dado este tiempo de zozobra y las sorpresivamente cambiantes y siempre restrictivas medidas sanitarias adoptadas en la zona Schengen.

A pesar de todo ello, la gracia de Dios, nos permitió llevar a cabo un ameno peregrinaje en un amable ambiente fraterno. El día 10 de febrero, luego de un largo viaje, pudimos finalmente conocer y apreciar el Santuario de nuestra Señora de Fátima, ubicado en Cova de Iria, una no muy grande ciudad que se encuentra a 120 km de la capital Lusitana. La tranquilidad que da este lugar, sin duda, confirma su sacralidad. Es tal la paz que aquí se respira que de pronto da la sensación de una suspensión de toda preocupación y angustia que abre paso a una esperanza liberadora, que solo puede provenir del amor maternal de quien aboga por nosotros delante de Dios.

Pudimos en este espacio matutino recorrer la plaza y todo el complejo que viene denominado como Santuario de Fátima, comenzando por la Basílica de Nuestra Señora del Rosario. El templo sobresale por su estilo neobarroco en tono blanco que nos hace inferir un color relacionado a la pureza y la inocencia: por ello no es extraño contemplar, por una parte, en el ábside una escena de la Santísima Trinidad coronando a Santa María, en relieve, antecedida por un arco dorado que nos invita a orar con la jaculatoria «Regina sacratissimi rosarii Fatimae ora pro nobis» y por otra parte, las tumbas de los tres videntes: Lucía, Francisco y Jacinta.

Por la tarde pudimos visitar la zona del viacrucis que va conduciendo hasta el Calvario húngaro donde se encuentra una pequeña capilla dedicada a san Esteban de Hungría. En torno a este sitio hay una serie de monumentos alusivos a las diversas apariciones; así como la aldea de Aljustrel, donde se ubica la casa de los santos Francisco y Jacinta y no muy distante, la casa de sor Lucía. Frente a la casa de sor Lucia pudimos encontrarnos con una de sus sobrinas: una mujer de edad muy avanzada, sentada en una silla de madera con un desgastado rosario de madera entre sus manos que nos habla de su profundo amor mariano y que nos dejó como saludable recomendación su rezo, al mismo tiempo que expresó de confiarse a nuestras oraciones.

Al caer la tarde, celebramos la Santa Misa en la Capilla de las Apariciones. Una bella celebración convocada en torno al altar bajo la intercesión de Nuestra Señora de Fátima, presidida por el padre Abdías, concelebrada por los otros quince sacerdotes mexicanos, así como una viva participación de un grupo de fieles. Posteriormente, alrededor de las 9:30 pm, pudimos participar del tradicional rezo del santo Rosario, en un ambiente de profundo sosiego. Un acto de piedad que, al momento de rezarlo, nos hacía venir a la memoria una inscripción que encontramos grabada en una piedra durante el recorrido del viacrucis y que versaba: «¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman! Amén».

Al día siguiente, se nos permitió celebrar la misa matutina, nuevamente en la Capilla de las Apariciones. La eucaristía fue presidida por el pbro. Ignacio Torres y concelebrada por los demás sacerdotes y una discreta participación de fieles. Esta fue nuestra última misa en el Santuario y muy especial. Mientras sucedía, una reflexión me interpelaba: ¿cómo era posible que tuviera un impacto de este tamaño, no sólo de talla mundial sino más allá de las fronteras del tiempo de su advenimiento, el mensaje confiado a tres sencillos niños, pastorcitos? ¿qué encontró en ellos? ¿qué nos hace falta? Y no me refiero a que espero que se nos aparezca nuevamente, sino ¿qué nos ha faltado para tener esa sensibilidad y saber ver o escuchar y en resumen leer los signos de los tiempos?

Es curioso, si se me permite presentarlo así, que en la actualidad tenemos una creciente afición por los superhéroes. Las taquillas de los cines se abarrotan al momento de la presentación de una nueva saga y cada vez son más los personajes que se suman a su modo muy particular de hacer algo por salvar al mundo. Y considero que si nos detenemos a analizar esto con detenimiento: nos revelará que el mundo tiene necesidad de alguien que haga presencia, con carisma, liderazgo, empatía y se decida hacer algo por los demás. Nosotros como cristianos, consientes de las exigencias y compromisos bautismales, sabemos que estamos llamados a ser presencia efectiva, que llevamos grabada en el corazón la misión de hacer algo por los hermanos, sobre todo los mas vulnerables y olvidados; estamos ciertos de que, aunque no poseemos facultades sobre humanas, tenemos a nuestro alcance la Gracia divina que nos ayuda a conducir nuestra humanidad hacia la plenitud. Me atrevería a decir, salvando la diferencia de la analogía, que el núcleo esencial de los mensajes de Fátima no está lejos ni es ajeno a todo esto. Santa María siempre aparece para reconducirnos a su hijo, para devolvernos hacia nosotros mismo y es por ello y con toda justicia que podemos dirigirnos hacia ella como madre.

Quisiera no pasar por alto que esto que aquí se relata es una experiencia (y como tal única pues Dios no nos habla del mismo modo) que se ofrece en función de compartir a modo de portavoz, algo de la colección de resonancias que, como comunidad, se nos ha permitido vivir. Sin embargo, en último término, tiene como finalidad un testimonio que provoque en quienes amablemente se han dado un tiempo para atender estas sencillas líneas, el deseo de atreverse a vivir cada vez mas conscientes de nuestra condición de bautizados, disponiéndose a orar más sin olvidar a quienes son indiferentes o abiertamente contrarios a la fe y con toda la humildad, a imagen de los pastorcitos, dejarnos maravillar por el mensaje de Salvación y, con la maternal intercesión de santa María, tener el coraje de hacer algo por nuestro mundo, su reparación y sumar esfuerzos por su salvación.

A nombre del grupo de sacerdotes que nos aventuramos a hacer esta experiencia de fe: les decimos que no tengan miedo de abrir el corazón a Dios, que confiemos en el amor y cuidado de Nuestra madre, que no nos olvidemos del prójimo y que en comunión de oraciones y direccionando el obrar hacia un mismo objetivo, nos esforcemos en hacer de nosotros mejores personas con la esperanza de transformar siempre nuestra Iglesia y nuestro mundo en un lugar mejor y mas en armonía con el plan de salvación.

Pbro. Edder Meléndez Hernández

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