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Vida del Colegio

Solemnidad Ntra. Sra. de Guadalupe

Homilía del 12.12.2021

Estimado Sr. Rector, p. Víctor Ulises,

Estimados hermanos sacerdotes,

(Estimadas hermanas religiosas, hermanos todos en el Señor):

Es para mí una gran dicha el poder estar compartiendo esta Eucaristía con ustedes, pues me hace recordar el tiempo que pude servir a la Iglesia en México, y doy testimonio del gran amor del pueblo a María de Guadalupe, que también a mí me ha conmovido y enriquecido. Hoy la Liturgia nos invita a continuar el camino del Adviento junto a María, meditando el fruto que su presencia ha tenido en la vida de los fieles, y en particular de los mexicanos y latinoamericanos.

El Evangelio que hemos escuchado nos permite descubrir la diligencia de María: ella, al enterarse de que Isabel estaba encinta, se encaminó presurosa, diligente, a visitarla. Seguramente dicha moción nació en su corazón, pues sabía que su prima era mayor, que estaría necesitada de ayuda y compañía. Pero María no sólo llevaba una ayuda material, sino a Jesús mismo en su seno.

La venida de Jesús supone por tanto un movimiento con impulso, que tiene su origen en la iniciativa de Dios, al intervenir en la historia, particularmente en el misterio de la Encarnación al llegar la plenitud de los tiempos. La Palabra se encarnó en María, y María se puso en movimiento. Este gesto que tuvo la Virgen para con su prima, lo tuvo también hacia los habitantes del Nuevo Mundo: se manifestó como una mujer encinta que llevaba a plenitud las esperanzas de un pueblo, y los indios, al ver su imagen estampada en el ayate e interpretar sus signos, quedaron cautivados y abrieron el corazón a recibir el mensaje de Dios que les llevaba. Las palabras que Nuestra Señora dirigió a san Juan Diego cuando su tío estaba enfermo: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?” (Nican Mopohua, 119) expresan la actitud amorosa también extendida a todos los indios que estaban sufriendo una gran crisis por las guerras, la epidemia de cólera y la inquietud natural que debió haber llenado sus corazones ante el encuentro entre dos mundos diversos que estaba tocando sus creencias y tradiciones. María encinta se encamina presurosa para consolar y atender las necesidades de los más pequeños, haciéndolos hijos en y por el Hijo de Dios, Jesucristo.

Somos invitados a seguir el ejemplo de María, con diligencia, pues la manera ordinaria de llevar a Jesús y su mensaje es a través de personas concretas, que encarnan el Evangelio y que son un reflejo de la presencia de Dios (cf. Gaudete et exsultate, 7). Pensemos en las personas por las que conocimos a Jesús: nuestros padres, abuelos, los catequistas, una religiosa, el sacerdote de nuestro pueblo o colonia, etc. Ellos, como María, son los heraldos de Dios para hacernos participar de la herencia de los hijos de Dios.

Por otra parte, las palabras de María al llegar frente a Isabel, nos revelan el gran gozo espiritual que ella experimentó por saberse elegida de Dios: «mi espíritu se llena de júbilo en Dios mi salvador» (Lc 1,47). La misma alegría es la que ella quiso compartir a los indios de América. María de Guadalupe le pregunta a san Juan Diego: «¿No soy yo la Fuente de tu alegría?» (cf. n. 119), y de igual manera es ella la alegría que caracteriza el Adviento. Este tipo de alegría que nos distingue como cristianos tiene un autor: Jesús, el Hijo de Dios. La devoción a Nuestra Señora se convierte en signo de alegría auténtica y gozo espiritual, pero siempre y solamente porque tiene su principio y fin en la persona de Jesús.

Nuestras culturas latinas conocen muy bien el significado de la alegría, sobre todo concretizada en los elementos que la reflejan, como la fiesta, el baile o el canto y que han sabido encarnar en la devoción popular un gran amor a Dios, a la Virgen, a la Iglesia y a los santos. Por ejemplo, el himno guadalupano dice, refiriéndose a María: «Su llegada llenó de alegría, de luz y armonía todo el Anahuatl». Guadalupe trajo consigo a nuestros pueblos la Luz del mundo que iluminó y alegró la cultura de todo un continente. Además, ayudó a que los esfuerzos evangelizadores de los misioneros rindieran frutos con gran espontaneidad, cristianizando muchos elementos de la cultura y superando o transformando otros. Por eso san Juan Pablo II afirmaba: «América Latina, en Santa María de Guadalupe, ofrece un gran ejemplo de evangelización perfectamente inculturada» (Discurso Inaugural de la IV Conf. Gral. del Episcopado Latinoamericano, 24, 12 octubre 1992).

Consideremos también que, al llegar María con su prima, éstas entablan un diálogo; es decir, hay un encuentro entre dos mujeres llenas del Espíritu Santo. La visita de María a su prima se prolonga «cerca de tres meses» (Lc 1,56), acompañándola y caminando junto a ella, muy probablemente hasta el nacimiento de Juan. El relato de las apariciones de María de Guadalupe en el Nican Mopohua nos cuenta también cómo es que Nuestra Señora se encuentra con Juan Dieguito, cómo le llama por su nombre y cómo entablan un diálogo lleno de amor y confianza: ella le pregunta a dónde se dirige, cuáles son sus preocupaciones, le revela su identidad como la «Madre del Verdadero Dios por quien se vive» (n. 26), le da una misión al pedirle que vaya con el obispo para expresarle su deseo de construir un templo en el Tepeyac (cf. nn. 60-61). De igual manera, él la reconoce como “su Señora, su Reina”, con un tono lleno de amor la llama “Mi niña” y, con humildad acepta la tarea que María le encomienda (cf. n. 38).

Pienso en el Sínodo sobre la Sinodalidad que el Papa Francisco ha convocado y que ya está desarrollándose, ahora en una fase diocesana. La Iglesia, como María, va al encuentro llena del Espíritu; entra en comunión; acompaña y dialoga; cuida de todos sus hijos, los hijos de Dios, que también han recibido el Espíritu Santo el día de su bautismo; y los invita a darse cuenta de la importancia de su participación en la misión de anunciar la llegada de la salvación al mundo. Queridos hermanos, nosotros, como sacerdotes podemos encontrar en Nuestra Señora un testimonio admirable que nos impulse a construir la Iglesia del tercer milenio en nuestros países latinoamericanos, caminando juntos sin dejar a nadie afuera, sino al contrario, entablando vías hacia la comunión y de esa manera hacer llegar a Cristo a cada realidad, a cada persona. Además, contribuimos de una manera muy especial a reavivar el fuego del Espíritu en los corazones de los fieles con la predicación, los sacramentos, las obras de caridad y las devociones populares bien encauzadas, permitiéndoles tomar conciencia del don que han recibido y de la importancia de su acción y participación en la comunidad eclesial. Que hoy el Señor, por intercesión de María de Guadalupe, nos conceda un renovado impulso evangelizador para acompañar al Pueblo de Dios con diligencia y alegría. 

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