EL COLEGIO MEXICANO EN SU JUBILEO DE ORO

P. Luis Daniel Rubio Morales
Arquidiócesis de Morelia
Historia de la Igleisa – PUG

La pequeñez del “grano de mostaza” –reza la parábola- ha sido con frecuencia el principio de las grandes obras providenciales. La Iglesia es el ejemplo típico.
Los orígenes históricos de nuestro Colegio que, después de 50 años de vida, tiene ya la exuberancia de un árbol maduro, son más remotos y humildes de lo que ordinariamente se conoce. En los años anteriores a la fundación del Colegio Mexicano, los estudiantes mexicanos en Roma formaban parte de lo que coloquialmente se conoce como “la mística Piolatina”, es decir la unión espiritual y religiosa de los seminaristas de todas las naciones latinoamericanas en un solo y único plantel en la ciudad de Roma; éste se disgregaría con los proyectos y la fundación de nuevos colegios especializados en la formación del presbiterio. Fue una etapa “dolorosa” para el Colegio Pio Latinoamericano, al que nos siguen uniendo lazos estrechos de amistad y agradecimiento, porque muchos mexicanos que estudiaron en él siempre lo vieron y lo siguen admirando como su casa de Roma, y están vinculados a él por del amor y la gratitud. El deseo de muchos presbíteros y obispos formados en esa casa fue el que se mantuviera en él un buen número de alumnos latinoamericanos, por eso siempre se enviaron alumnos mexicanos a dicho Colegio. Así se les abrían a numerosos jóvenes los horizontes amplísimos de la pastoral sacerdotal; en la percepción de que así comprendían con mayor facilidad la semejanza y complejidad de los problemas que aquejaban a sus naciones de procedencia, con las mismas características culturales y que vivían y suspiraban por ideales comunes.


La idea de fundar en Europa un Seminario Mexicano comenzó a acariciarse en el año de 1928, ya entonces, causaba tristeza y dolor para muchos que habían sido formados en el Colegio Pio Latinoamericano. En ese tenor, se traía entre incertidumbre y nostalgia a colación aquel verso de:   

Tiernos Hijos de América hermosa,
Que alma abriga la Eterna Ciudad
Dulces himnos con voz armoniosa
Al Señor de los cielos cantad

Tuvieron que pasar tres décadas para que el cardenal Garibi Rivera hiciera manifiesta la grandiosa iniciativa del venerable Episcopado Mexicano de fundar en Roma un Colegio, donde se pudieran formar sólidamente sus seminaristas y futuros colaboradores dado que el Colegio Pio Latinoamericano, por las circunstancias que entonces imperaban, ya no era capaz de contener el número de seminaristas que las diócesis de México pretendieran enviar para cursar estudios superiores en Roma.
Apenas transcurridos cuatro años de la muerte del Papa Juan XXIII, acaecida el 3 de junio de 1963, fiesta de Pentecostés y casi otros tantos de haberse inaugurado la segunda sesión del Concilio Vaticano II, el 29 de septiembre de ese año, el 12 de octubre de 1967 –Día de la Hispanidad- se formalizó la fundación del Colegio Mexicano- ocasión en la que concurrieron a Roma con ese propósito el grueso de los prelados mexicanos. Su Santidad, el Papa Pablo VI, con escasos meses de haber ocupado la sede de Pedro, se dignó bendecir la primera piedra de la construcción de lo que sería la nueva casa de formación de los futuros presbíteros oriundos de nuestra patria. El Santo Padre pronunció entonces aquellas emotivas e inolvidables palabras:

“Venerables hermanos y amadísimos mexicanos todos:
Se bendice y se pone hoy la primera piedra del Colegio Mexicano en Roma; Nos rodea una corona de obispos –la casi totalidad de la Nación- venidos para dar su aportación luminosa y responsable a las tareas del Concilio Ecuménico; nos sentimos en estos instantes, gracias al prodigio de la técnica, en medio de nuestros queridos hijos de México: en tales circunstancias, ¿cómo no va a vibrar de júbilo nuestra alma?

Los inicios del Colegio Mexicano fueron muy modestos y agobiados por la precariedad. Las diferentes provincias eclesiásticas del país apenas si lograron reunir alrededor de 40 alumnos, los que se enfrentaron además de las carencias materiales a dificultades administrativas para regular su estancia en Roma. No obstante este panorama fue sumamente alentador y que a la larga contribuyó a la consolidación de la institución; el hecho de que el Papa Pablo VI promulgó por ese entonces la encíclica Populorum Progresio y Sacerdotales Caelibatus; al tiempo que emprendió la profunda reforma de la Curia Romana; y convocó la I Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos,  Su Santidad Pablo VI con un efusivo mensaje bien consciente de que la misión propia de la Iglesia –en palabras de la constitución concilia Gaudium et Spes- no es de orden político, económico o social, sino espiritual, bendijo e inauguró el Colegio Mexicano, donde también con una efusiva bendición apostólica que de corazón extendió a cuantos participaron en la ceremonia de inauguración y así quedará para siempre en la memoria aquel 12 de octubre de 1967 a cuya fecha nos acercamos para celebrar 50 años de gracia y bendición, de fe y esperanza para un pueblo mexicano que siempre ha esperado a aquellos hombres forjados en Roma de honra y prez.

“Con sentimientos de particular benevolencia y de gozo profundo nos dirigimos a Ti querido Hijo, para asegurar que en estos momentos en que se inaugura la sede del Colegio Mexicano en la Ciudad Eterna, nos encontramos espiritualmente presente en medio de nuestros Venerables Hermanos en el Episcopado, de los amadísimos sacerdotes, seminaristas y fieles que, procedentes de México…Es necesario, en verdad, entender al mundo, conocer y compartir sus problemas, sus angustias, sus legítimas aspiraciones; peo en el carácter sagrado del Ministerio del Culto y del servicio divino, ha de conservar siempre su primacía la actitud sobrenatural que se alimenta con la meditación de la Palabra de Dios y con el trato familiar y asiduo con el Padre por su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo”.

Primero el Colegio Pio Latinoamericano y después el Colegio Mexicano siempre se han  asegurado de la formación integral del presbiterio de nuestra patria, aprovechando las virtudes y dones de los maestros que el catolicismo tiene en el viejo continente.

Por eso para esta ocasión resulta emblemático y como obligado punto de referencia, tras la inolvidable primera visita a tierras mexicanas del Papa Juan Pablo II, que el 13 de diciembre de 1979 acudiera al Colegio Mexicano. Y no menos relevante fue la segunda visita el 24 de noviembre de 1992, año en que se conmemoraban los 500 años del inicio de la evangelización en el continente americano y en que se celebró el 25 aniversario de la fundación del Colegio Mexicano, cuyo mensaje se centraba en torno a la Exhortación Apostólica Postsinodal “Pastores dabo vobis”. Por tercera vez el caluroso 21 de mayo del 2000, el Papa Juan Pablo II visitaba el Colegio después de haber canonizado a 27 mártires de la persecución religiosa. Su santidad en aquella ocasión de feliz memoria pedía la intercesión de Santa María de Guadalupe, para que acompañe siempre la vida del Colegio. Me siento muy a gusto en esta vuestra casa…

En este contexto del medio siglo de existencia de esta venerable institución,  no podemos olvidar a quienes han trabajado hombro con hombro para hacer realidad el Pontificio Colegio Mexicano: el Comité Nacional pro Construcción, los Rectores y sacerdotes del equipo directivo, las Hermanas de los Pobres Siervas del Sagrado Corazón, y a todas las personas que con el peso del trabajo, con su testimonio y oración han alimentado y formado a quienes han sido y serán los servidores competentes y comprometidos con la Iglesia Mexicana. No se omite referir a la Pontificia Comisión para América Latina, a los Caballeros de Colón, a ADVENIAT, a FRATERNA IAP, a COPPEL, y a la Fundación Bustos ya todos los que, de manera afectiva y efectiva, han apoyado a los estudiantes y el sostenimiento de este Colegio.

¡Qué gran misión providencial donde la caridad pastoral es el alma y centro de la formación permanente!  Que la Guadalupana, Reina de vuestra amada Nación y Madre de todos los mexicanos, interceda por vosotros ante su Hijo y que os acompañe siempre con su solícita presencia y ternura marte. (Juan Pablo II).