¿Qué dices sobre ti mismo? ¿Quién eres tú?
Mirarse en un espejo o en una foto y tocar el corazón con preguntas no es cosa sencilla.
Mirarse una y otra vez, no bajo la sombra de la vanidad, sino para tratar de encontrar un reflejo de lo que somos. No por ocurrencia, sino para ver cómo nos ven los otros. Buen ejercicio para captar un poco de nuestra identidad.
Y es que, delante de uno mismo… allí frente a frente, no es fácil definirse.
La pregunta por la identidad siempre deja un halo de insatisfacción, porque no solemos hacer definiciones de nosotros mismos a menos que nos las pidan. Y aunque digamos algo, aun quedaría un vacío qué llenar. ¿Quién puede conocerse totalmente?
Cuando los judíos y los fariseos mandaron preguntar a Juan Bautista “¿Qué dices acerca de ti mismo?” (Jn 1,19.21-22) Él tenía claro su reflejo “en el espejo” y su tarea.
Tenía claro su lugar en el mundo,
Tenía claro que le tocaba jugar un rol y no todos los papeles de la obra,
Tenía claro que no siempre se puede ser protagonista en una escena,
Tenía claro que cada eslabón de la cadena es importante para asegurar su continuidad,
Tenía claro que la única aspiración válida es aquélla de tomar el propio lugar, sin buscar exhibirse.
Tenía claro que los “segundos lugares” también son buenos,
Tenía clara la fugacidad de los aplausos y la fama.
Tenía claro que la verdadera grandeza de un hombre consiste en ser auténtico,
Tenía claro que la mejor definición que se puede tener de uno mismo es aquella que Dios ya sabe.
Tenía claro que hacer lo que Dios pide es el verdadero reflejo que se debe construir.
Tenía claro que él “no era la luz”,
Tenía claro que ser “testigo de la luz”, era su identidad.
Tenía claro que por “medio de él todos podrían llegar a creer”.
Tenía claro que “ni siquiera podía desatar la sandalia” de quien anunciaba,
Tenía claro que solo era la voz por un tiempo, pero que Cristo es el Verbo eterno desde el principio (S. Agustín PL 38:1328)
-esa era su verdadera grandeza-.
Así sobriamente vivir,
Así buscar las cosas esenciales,
Así esperar al que solo al único “grande”: Jesús,
Por eso, en este III domingo de Adviento el Bautista nos enseña cómo debemos mirarnos en el espejo, con sinceridad, con tranquilidad, en el lugar adecuado y con mucha paciencia.
P. Miguel Martínez Cruz
Arquidiócesis de Morelia