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Meditaciones dominicales

El evangelio hoy

XIX domingo del tiempo ordinario (13 de agosto de 1917)

Estamos ya muy cercanos al comienzo del ciclo escolar, especialmente en nuestra patria. Vemos cómo los niños, adolescentes y jóvenes, con emoción, junto con sus padres se preparan haciendo previsiones: juntando lo necesario para las inscripciones, estirándose lo más posible para completar las colegiaturas y compra de útiles escolares, uniformes, y más de alguno, regularizándose en sus materias; todo con el fin de volver llenos de esperanzas al comienzo de una nueva oportunidad para su formación, y con los deseos de llegar a ser personas de bien.
No deja de preocuparnos también los signos de inseguridad que están a la orden del día y que nos quitan la paz, así como la falta de oportunidades para conseguir un nivel de vida más digno; sin embargo, como creyentes, tenemos la esperanza cierta de que las cosas pueden ser mejor, porque confiamos que Dios es el dueño de la historia y que la esperanza nos mueve a no cruzarnos de brazos sino a hacer lo que nos corresponde como cristianos en la gestión del orden temporal, especialmente ahora que las aguas comienza a agitarse en ocasión de las elecciones del 2018, desde luego con nuestra oración, pero también inyectando al mundo en el que vivimos de la savia evangélica.
Por otra parte, para quienes editamos esta página, tenemos en puerta, la llegada de los nuevos sacerdotes que vienen a hacer su experiencia de formación permanente a la ciudad de Roma, Italia; y que vivirán en el Colegio Mexicano una experiencia única de formación permanente; única porque les tocara vivir en una comunidad conformada por 120 sacerdotes, donde cada uno pone su granito de arena para ayudarse unos a otros a responder con generosidad al don que se nos regaló el día que se nos impusieron las manos. Seguramente en estos días están ya casi cerradas las maletas para emprender el viaje que les traerá a su destino, sin duda se están despidiendo de sus familiares, compañeros sacerdotes y amigos, recibiendo de estos una serie de consejos para el mejor aprovechamiento de esta experiencia. Pero también la maleta vendrá llena de alegrías y esperanzas, tal vez de algunos miedos sobre si se va o no a cumplir el objetivo para el que se es enviado: formarse integralmente en una comunidad sacerdotal y conseguir una especialidad.
Me parece que particularmente el evangelio de este domingo tomado del evangelista San Mateo, en el capítulo 14, versos del 22 al 33, ilumina estas realidades mencionadas, de las cuales ponemos el acento en la última, que por la coyuntura, de la llegada de nuevos sacerdotes al Colegio Mexicano, nos incumbe iluminar de manera especial: nos cuenta el evangelista, la experiencia del encuentro de Jesús con sus apóstoles en el lago mientras hacen una travesía para llegar a la otra orilla. Experiencia que no es del todo agradable, porque la barca en que viajan es sacudida por las olas, debido a que el viento les era contrario, los apóstoles tal vez ofuscados por el miedo, al ver a Jesús que se les acerca para ayudarles, creen ver un fantasma; pero Jesús les habla para animarlos: ¡ánimo soy yo, no tengan miedo!. Y Pedro, para asegurarse de que es el Señor, le pide que le mande ir hacia él caminando sobre el agua, pero Pedro, titubeante, se lanza al agua y al sentir que se hunde, grita pidiendo auxilio al maestro: ¡Señor, sálvame!. Y enseguida, cuenta el evangelio, que Jesús le tiende la mano, lo agarra y le reprocha su poca fe. Al ver lo sucedido, los apóstoles confiesan su fe en el Señor de manera muy confidencial: ¡Verdaderamente eres el hijo de Dios!
Me parece providencial esta palabra del evangelio para quienes están por volar a la “ciudad eterna”, a continuar su formación permanente: lejos de casa, familia, amigos, fieles, comunidad presbiteral. Digo providencial, porque puede ser comparada al viaje que hacen los apóstoles por el lago, puesto que, literalmente van a cruzar el océano, el lago como decimos coloquialmente, para llegar al lugar de la misión encomendada, por lo que me parece oportuno no olvidar, que se va en la misma barca, que se es hijo de esta sociedad post-moderna, con todas sus bondades y sus asegunes que no siempre son favorables a la vivencia de la fe y del sacerdocio ministerial, que no se va solo sino con otros hermanos, unidos por el Sacramento del Orden y la misión que este comporta, con quienes ya se es hermano, no por la sangre, sino por el sacramento recibido; hermanos que se nos dan, no los escogemos, los acogemos como un regalo para ayudarnos unos a otros en el camino de esta experiencia formidable, en la cual, antes de que “cante el gallo” pueden llegar a presentarse imprevistos, sobre todo si confiamos sólo en nuestras propias fuerzas, nos puede suceder como a los apóstoles, que los aires no circulen a nuestro favor o según nuestras expectativas, también nos pueden invadir miedos e inseguridades o sentir incluso que perdemos el piso, como Pedro que sentía hundirse.
Pero también nos consuela y nos anima saber que el Señor que nos ha llamado a esta vocación, se ha subido a nuestra barca desde el día de nuestro bautismo. Corresponde a cada uno confiar en él, y no soltarse de su mano, pues de otra manera, nos podemos hundir, por lo que, es necesario tomar conciencia que sin él nada podemos y que antes que acudir a otras ayudas o sucedáneos, nos sujetemos a él por medio de la escucha de su palabra, de su Eucaristía, de la oración, de la auténtica amistad con los compañeros de barca: acuérdate de confiar en Cristo. Y si tu pie se mueve, si vacila, si no logras superar algo, si comienzas a hundirte di: ¡Señor, perezco; sálvame! Di: Perezco, para no perecer. Sólo te libera de la muerte de la carne quien murió por ti en la carne. (San Agustín de Hipona. Sermón, 76, 5-9)

P. Vicente Zamarripa Díaz
Diócesis de San Andrés Tuxtla

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