José y Simeón, María y Ana, una pareja joven y otra anciana. Dos hombres justos y dos mujeres que servían a Dios día y noche…

Hoy acuden al encuentro en el corazón de la vida de Israel: el Templo de Jerusalén.

Los reúne el recién nacido.

La Ley y el Espíritu revelarán los propósitos de la divinidad hecha carne.

El hilo de la historia continua sin romperse y su escenario es el de una familia. Donde los lazos carnales poco importan.

María y José, Ana y Simeón retratan el principio del Nuevo Mundo en donde la Sagrada Familia está compuesta de quienes escuchan la Palabra y la cumplen (Lc 8,21),

de quienes esperan la consolación de Israel (Lc 2,25),

de quienes llevan años siendo fieles a la Ley del Señor (Lc 2,37),

de quienes escuchan el suave rumor de las inspiraciones del Espíritu (Lc 2,27),

de quienes profetizan a voz en cuello lo que pide el Señor (Lc 2,28),

de quienes saben reconocer en un niño la presencia de Dios (Lc 2,26.38),

de quienes ven una oportunidad de redención en cada momento de la vida (Lc 2,29-32),

de quienes se asombran por el actuar de Dios en los acontecimientos más sencillos (Lc 2,22),

de quienes viven en contradicción a causa de su fe (Lc 2,34),

de quienes “son traspasados en el alma” a causa de su esperanza (Lc,2,35),

de quienes desde jóvenes creen en las promesas de Dios (Lc 1,38),

de quienes viven hasta la ancianidad entregándose a Dios (Lc 2,25.36).

¡Esta es la nueva Sagrada Familia! ¡Es la Iglesia donde caben todos!,

quienes comparten apellido y quienes no,

los iguales y los distintos,

hombres y mujeres,

pequeños y grandes,

los de oriente y los de occidente,

los de izquierda y los de derecha,

¡Todos!, ¡todos están incluidos!

Porque la raíz de esta Sagrada Familia es el rostro de un Niño envuelto en pañales que hoy brilla para nosotros en el pesebre de la historia.

P. Miguel Martínez Cruz
Arquidiócesis de Morelia